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marzo 29, 2024

CREI POR LO CUAL HABLE

"…Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos…" 2 Corintios 4:13

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR



LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

Mateo 13:1-9, 18-23

por wayne Partain

          13:1  Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar.  2  Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, {Lc. 5. 1-3.} y toda la gente estaba en la playa.  3  Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar.  4  Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron.  5  Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra;  6  pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.  7  Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron.  8  Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno.  9  El que tiene oídos para oír, oiga.

          La explicación: 18  Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador:  19  Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino.  20  Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo;  21  pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza.  22  El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.  23  Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno. — (Mateo 13:1-9; 18-23; Marcos 4:1-9, 14-20; Lucas 8:4-15).

          Esta parábola describe cuatro clases de terreno en las que cae la semilla sembrada. Se llama común­mente «la parábola del sembrador», pero el énfasis no está sobre el sembrador, sino sobre las varias clases de terreno que reciben la semilla. El sembrador (predicador) puede ser bueno o malo, elocuente o aburrido, pero de todas maneras los resultados dependerán en gran manera de los oyentes mismos. Jesús es el Maestro Perfecto, pero no logró convertir a todo el mundo.

          La semilla es la palabra de Dios, Mar. 4:14; Luc. 8:11.

          Las cuatro clases de terreno son cuatro clases de oyentes. La parábola enseña la responsabilidad de oír la palabra, porque por el oír viene la fe (Rom. 10:17). Jesús bien sabía que la semilla no puede germinar y producir en toda clase de corazón humano.

          Multitudes le seguían a veces, pero ¿con qué propósito? Algu­nos le seguían por curiosidad, algunos buscaban panes y peces, algunos tenían motivos políticos y revolucionarios, y otros eran sinceros.

          En esta parábola Jesús les presenta un retrato de ellos mismos; pone delante de sus ojos el espejo para que puedan ver cómo eran (qué clase de oyentes eran). Les cuenta una historia acerca de ellos mismos y de cómo ellos oyen la palabra. ¿Cómo recibirían su enseñanza? De la misma manera en que los varios terrenos de Judea recibían la semilla del sembrador.

          — parte de la semilla cayó junto al camino.– Estos oyentes son los que permiten que sus corazones sean «pavimentados» (endurecidos) por todos los sucesos y actividades de esta vida. Su vida ha sido fuertemente afectada e influenciada por los asuntos de la vida diaria: el empleo, la familia, los planes, las bodas, los funerales, los crímenes y docenas de otras cosas. Estos tienen corazones desatentos, insensibles, preocupa­dos e indiferentes en cuanto a los asuntos espirituales. Su intelecto está lleno de prejuicio, la conciencia cauteri­zada y la voluntad perversa. No pone atención a la palabra de Cristo.

          Satanás arrebata la palabra con miles de distracciones. Presenta el error como tan bueno o mejor que la verdad. Presenta ante la atención del hombre toda clase de intereses terrenales, no necesariamente malos en sí, pero demandan la atención y esta clase de corazón no recibe la palabra.

          El diablo sabe el poder de la palabra de Dios. No quiere que nadie permita que entre en el corazón. No quiere que la gente oiga. Si oye, no quiere que crea. Si cree, no quiere que obedezca. Siempre le anima a posponer la obediencia.

          Así es que la semilla fue «hollada, y las aves del cielo la comieron», Luc. 8:5. No hace impresión sobre la mente del oyente.

          ¿Qué se puede hacer para ayudar a los tales? Desde luego, la palabra es muy poderosa (Heb. 4:12; Jer. 23:29). A veces la tribulación prepara el «terreno» para recibir la semilla.

          — parte cayó en pedregales (sobre la piedra). —  Cae sobre una capa delgada de tierra sobre la roca sólida, donde no hay humedad. Brota pronto pero no puede echar raíces. El punto clave es que PRONTO brota y PRONTO muere. Es cuestión de recibir LUEGO y entonces caer LUEGO. Este es el oyente superficial, emocional, impresionable, impulsivo. Obedece con gozo pero es gozo pasajero. No obedece por convicción. Oye un sermón conmovedor y obedece. Los amigos obedecen, por eso él también obedece. Tal vez obedece durante una «campaña emocionante» (le gustaron los himnos y los hermanos fueron muy amables, etc.), pero no calculan gastos, Luc. 14:25-33. No considera la cruz que debe llevar. No toma en cuenta la oposición que encontrará. Obedece, pero no se acerca a Dios en oración y con lectura bíblica, no es debidamente activo en la iglesia, no se fortifica, no se confirma (Hech. 14:22).

          Vienen persecuciones, tribulaciones, críticas, burlas, pruebas, las cuales deben fortalecerle (Rom. 5:3-5) y acercarlo a Dios, pero más bien le alejan de Dios y le hacen tropezar.

          — parte cayó entre espinos. —  Los espinos absorben toda la humedad y fertilidad, y ex­cluyen de la planta la luz y el aire; por eso, el creci­miento es retardado e impedido. «El afán de este siglo». Según Mat. 6:24-34 el afán (1) es innecesario, porque nuestro Padre sabe nuestras necesidades; (2) es prohibido, (3) es vano, porque ¿qué logra el afán? Luc. 10:41; 21:34; Fil. 4:6; 1 Ped. 5:7. La ansiedad indica falta de fe en Dios. Indica una preocupación excesiva por los asuntos de esta vida, y una falta de interés en cosas espirituales. El afán de este siglo no quiere decir vicios, sino una preocupación excesiva por tales asuntos como el empleo, el negocio, la educación, y los problemas ordinarios de la vida.

          «El engaño de las riquezas» es muy peligroso. 1 Tim. 6:9,10; Mar. 10:34. La prosperidad es más peligrosa que la pobreza. Recuérdese Prov. 30:8,9. Muchos hermanos abusan de la «tarjeta plástica», haciendo muchas compras y así comprometiéndose más allá de sus posibili­dades, y luego viene un afán abrumador. Esta práctica bien ilus­tra el amor al dinero (cosas materiales). Muchos se entrampan con deudas que nunca pueden pagar. Esta práctica es una forma de mentira y de robo, porque prometen pagar lo que no pueden pagar. La avaricia es idola­tría (Col. 3:5).

          Sant. 1:8; 4:8, Santiago  habla del doble ánimo. Compárense los casos de Balaam, Lot, Demas y otros personajes bíblicos que querían servir a Dios pero también amaban el mundo.

          — parte cayó en buena tierra. – Esta es tierra fértil, limpia (preparada), húmeda, buena, como Samaria (Jn. 4:35-37; Hech. 8:5-12); los 3000 en el día de Pentecostés (Hech. 2:41); el eunuco (Hech. 8:35-39); Saulo de Tarso (Hech. 9:18; 22:16; 26:19); Cornelio (Hech. 10:33,48); Lidia (Hech. 16:13-15); el carcelero (Hech. 16:30-34); los corintios (Hech. 18:10); y los efesios (Hech. 19:1-5). Estos oyen la palabra, la entienden, la obedecen y llevan fruto. Luc. 8:15, «Son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia». Es el corazón bueno que puede ser conmovido por las grandes verdades del evangelio, y que celosamente las guarda. Oye la palabra atentamente, la estudia, la entiende y la obedece no importa quién la predique, ni con qué motivos la predique, ni quién más la obedezca, ni cuántas ofensas vengan.

          La que cayó en buena tierra no es como la que cayó junto al camino, porque sí entiende. No es que tenga intelecto superior, sino atención superior. No es como la que cayó en la capa delgada de tierra sobre una piedra, porque sí echa raíces y no es vencida por las pruebas de la vida. No es como la que cayó entre espinos, porque evita el afán y el engaño de las cosas materiales. Es la única que lleva fruto, «algunas semillas a ciento por uno, otras a sesenta y otras a treinta». Muchos quieren culpar al «sembrador» (predicador) por el poco fruto que se lleva en la obra, pero Jesús culpa también a los oyentes. La lección es que cada quien debe examinar cuidado­samente su corazón.

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